La semana pasada, mientras recogía mi coche del mecánico, el señor sin mascarilla que me atendió detrás de una barrera de plexiglás, hizo un gesto acerca de mi mascarilla y me preguntó: “¿Estás enferma o estás tratando de no enfermarte?” Lo dijo con curiosidad amable, sin ridiculizar y sin las hostilidades que muchas veces enfrenta la gente que todavía usan las mascarillas en público. Respondí agradablemente que estaba tratando de no enfermarme.
Luego él señor compartió conmigo la siguiente información: otros en él taller lo habían estado presionando a quitar la barrera de plexiglás que apenas lo separaba de los clientes, pero él se negó. Uno de sus amigos se había muerto de “eso”; los mecánicos en el taller están constantemente enfermos con “eso”; y uno de los mecánicos perdió una de sus piernas debido a un coágulo de sangre después de estar entubado por tres meses con “eso”. Ni una sola vez usó la palabra “Covid”, pero los dos sabíamos de que estábamos hablando. Había devastado a personas que conocía y no quería desacerse de la última protección que lo separaba de los clientes que llegan enfermos todo el tiempo. En su propia manera, él insistió en seguir recociendo la pandemia protegiéndose como mejor sabía.
Me llamó la atención que pudiéramos hablar de Covid sin mencionarlo explícitamente. Otros que estaban en la sala de espera definitivamente nos oyeron y sabían de que estábamos hablando. En realidad, después de todo, nadie se ha olvidado de Covid. Pero lo que la mayoría de la gente colectivamente han hecho es decidir qué ya terminó; es decir, han expulsado al Covid de su realidad, y por tanto de su vocabulario. “Covid” se ha convertido en una palabra prohibida. Lo que ha resultado es una mistificación innecesaria del presente: señales espantosas de Covid nos rodean, y como mi mecánico vio claramente, estamos sin el lenguaje adecuado para describirlo. Colegas están perdiendo extremidades y muriéndose; todos a nuestro alrededor están constantemente enfermos con enfermedades “misteriosas”. Pero la palabra “Covid” ha sido desterrado junto con el reconocimiento que es uno de los mayores causantes de sufrimiento hoy en día.
Sigo conmovido por la pequeña manera en que mi mecánico sigue protegiendo su salud en su trabajo. Los talleres son de mala fama incubadores de individualismo patriarcal, de una cultura que rechaza cualquier tipo de vulnerabilidad o debilidad. El mecánico era un hombre blanco, de media-edad, alguien que sin reflexión hubiera dado por perdido pensando que el votó por Trump (pero quien sabe alomejor si lo hizo). Y, sin embargo, aquí estaba, reconociendo algo que la mayoría de mis amigos y mis colegas liberales, los que adoptan el eslogan “la ciencia es real” como grito de guerra en contra de el conservadurismo, se niegan a revisar. Aquí estaba este hombre rechazando los deseos de sus compañeros de volver a la normalidad, o más bien, sus deseos de reconstruir un paisaje sin recordatorios de la pandemia, un tipo de revisionismo semiótico. Y lo estaba haciendo todo sin el lenguaje adecuado.
En lo que sigue, quiero presentar una estructura y vocabulario por expresar lo que pienso que él estaba tratando de decir, lo que todos nosotros que somos precavidos sobre Covid estamos tratando de explicar: la pandemia nunca terminó, todavía necesitamos tener precauciones sensibles, y que tiene valor llamarlo por su nombre.
Quiero empezar con el conocimiento que hay más de una manera de entender el cronometraje de una pandemia. Empecemos con los inicios: mucha gente piensa que una pandemia es un evento biológico marcado por la aparición de un patógeno nuevo. Todos los primeros titulares de 2020 se tratan de este tipo de inicios, utilizando el lenguaje de la novedad y la incertidumbre científica: «Lo que sabemos sobre el nuevo virus en China»; «Los nuevos casos de coronavirus aumentan drásticamente en Europa»; «Se están realizando investigaciones para identificar la causa de la enfermedad.»
La concepción biológica de una pandemia es mensurable empíricamente y por lo tanto pertenece en las ciencias. La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, lo define como “el proliferación mundial de una enfermedad nueva.” El Instituto Nacional de la Salud es más específico, manteniendo en cuenta “la novedad, la inmunidad mínima de la población, la explosividad, el movimiento rápido de la enfermedad, la amplitud geográfica, la infecciosidad, contagiosidad y la gravedad.” El punto siendo que cada uno de estos factores se pueden medir, se pueden determinar umbrales mínimos objetivos, y se puede comparar todo el mundo con estos factores para determinar cuándo realmente empezó la pandemia. En esta concepción, una pandemia puede empezar mucho más antes de que alguien diga una sola palabra.
De hecho, decir la palabra “pandemia” marca la segunda concepción del verdadero comienzo de una pandemia: es decir, la pandemia como acontecimiento social. Según esta concepción, el inicio de una pandemia es marcada no solamente por la aparición de un nuevo patógeno, sino también por una decisión colectiva de reconocer esa aparición. En el caso de Covid, ese reconocimiento vino finalmente en la forma de cuarentenas y clausuras: “Autoridades Chinas Comienzan la Cuarentena en la Ciudad de Wuhan Mientras Se Multiplican los Casos de Coronavirus”; “Francia Cierra el Louvre Mientras el Virus Se Expande a Nuevos Frentes”; “Comienza la ‘orden de quedarse en casa’ en Illinois.” Esto muestra los momentos en que la realidad biológica es demasiado grande para ignorarla, y entonces se debe tomar una decisión social.
La cuestión aquí es que el comienzo biológico y el comienzo social de una pandemia no tienen que coincidir. El primero es un reflejo de nuestro mundo microbiano; el segundo es nuestra respuesta a ese mundo. En el libro de Camus, La peste, por ejemplo, vemos que los habitantes de Oran tardaron en nombrar lo que les estaba sucediendo a pesar de que la enfermedad estaba desenfrenado. El VIH y el sida diezmaron a la comunidad queer de los años 80 por años antes que se reconociera oficialmente como una epidemia. Somos inmensamente capaces de apartar la mirada de la realidad cuando es necesario, y esto no es diferente cuando se trata de fenómenos epidemiólogos. Los comienzos sociales dependen de nuestra voluntad de ver lo que está enfrente de nosotros.
Los fines sociales dependen una pandemia funcionan de maneras similares a los comienzos sociales; es decir, pueden ser divorciados de las condiciones que cumplen el umbral acordado para un fin biológico. Lo ideal sería que esto nunca ocurriera, y el fin social de una pandemia se produjera solo después del fin biológico. Pero los dos no están necesariamente en sintonía, y muchas veces se separan.
Creo que nada revela esta separación más claramente que este anuncio de CVS que vi en el 2023. Las dos primeras imágenes decían: “La pandemia ha terminado, pero la Covid-19 llegó para quedarse.” La última imagen intentaba ofrecer algo de claridad: “De hecho, sigue estando entre las cinco principales causas de muerte en Estados Unidos.” Eso colocaba a Covid-19 en el mismo rango que las enfermedades cardíacas, el cáncer y los accidentes cerebrovasculares en respecto a la amenaza que representan para la salud pública. Y, sin embargo, la pandemia había “terminado.” ¿Qué podría haber significado esto?
Esta campaña de CVS fue un ejemplo exquisitamente clara de la diferencia entre el fin social y en el biológico de una pandemia: en un eje temporal la pandemia ha terminado, mientras que simultáneamente en otro la pandemia todavía mata y deja discapacitados a millones de personas. El anuncio revela dónde nosotros fuimos, y donde estamos, en respecto al Covid: hemos decidió colectivamente no considerar la presencia de un patógeno contagioso mortal como una problema social. Hemos, en las palabras de nuestra sociedad, “volvido a la normalidad.” Está nueva normal incluye una nueva, evitable causa principal de mortalidad en los Estados Unidos, que cíclicamente alcanza picos infecciosos que superan los picos iniciales que hizo sonar las alarmas y nos envió a todos a confiarnos en nuestros hogares. Estamos viviendo en la brecha entre el fin social y el fin biológico de una pandemia; la declaración prematura de que el Covid “ha terminado” nos ha dejado a nuestra suerte.
En el maravilloso ensayo de Charles Rosenberg sobre la epidemia del sida, describe las epidemias en general como si tuvieran una forma dramatúrgica: al principio, un nuevo patógeno se propaga silenciosamente por una población, navegando por “una intrincada red de relaciones biológicas” hasta que el sufrimiento y la muerte que trae a su paso ya no puede ignorarse. Esto anuncia el siguiente “acto” del drama, en el que la población se ve obligada a aceptar la intrusión de una epidemia incontrolada en sus vidas cotidianas. El observa que “aceptar la existencia de una epidemia implica—en cierto sentido exige—la creación de un marco dentro del cual se pueda gestionar su desalentadora arbitrariedad.” La frase “arbitrariedad desalentadora” es importante: aunque el estatus socioeconómico de una persona resulta afectar la susceptibilidad de una persona a la infección y la muerte por Covid, el virus en principio no sigue ningún camino social predeterminado. Tanto los ricos como los pobres pueden infectarse y morir, con una arbitrariedad que trastoca la sensación de control que nuestra sociedad estratificada en clases nos da (pero solamente a algunos de nosotros). Hay una necesidad urgente de crear significados, de construir semióticas y autocomprensiones que ayuden a guardar nuestra sensación de seguridad y control. Muchas veces, la idea de “los vulnerables” cumple esta función al apuntalar lo que se desestabilizó cuando estalló la pandemia: ellos son los vulnerables, nosotros estamos a salvo.
El drama continúa a través de varios “actos” fascinantes hasta que llegamos al acto final, controvertido: el “fin.” Rosenberg escribe: “Las epidemias normalmente terminan con un gemido, no con un estallido.” Hay una larga cola en la que el drama inicial es reemplazado por el tedio de las precauciones, el agotamiento de la solidaridad, la impaciencia ante la incertidumbre. Es comprensible que la gente quiera regresar a sus vidas. En este punto del drama, el significado de la pandemia se ha solidificado y han surgido grupos diferenciados por el nivel de vulnerabilidad percibida. Estos mismos conceptos facilitan la ofuscación de las muertes y discapacidades que continúan, ya sea ocultándolas de la vista o quitándoles significado. Y así renacen las condiciones para la negación. Como dice Rosenberg: “¿Una sociedad descuidada ha vuelto a sus formas acostumbradas de hacer las cosas tan pronto como la negación se convirtió una vez más en una opción plausible?”
La negación es una fuerza potente, el motor de la disonancia cognitiva que vemos en la campaña publicitaria de CVS. Al negar el valor de la vida humana, los millones de muertes por Covid y la nueva discapacidad que arrasa nuestras poblaciones, podemos fabricar el fin social de una pandemia incluso en medio de sus picos biológicos. Este fin social, discutido en otra parte en el contexto de su economía política, contradice directamente los datos que recibimos de las ciencias sobre la presencia continua de Covid en nuestro universo microbiano. Hay dos líneas de tiempo, y el público ha elegido priorizar solo una de ellas.
Además de todo esto, ha habido un juego de manos pernicioso realizado por políticos, líderes corporativos e instituciones de salud pública con respecto a lo que exactamente querían decir cuando dijeron que la pandemia ha terminado. Cuando Trump dijo que la pandemia terminaría si simplemente dejáramos de hacer pruebas para detectarla, el público se indignó con razón. Éramos nuevos en la pandemia, aún no estábamos cansados de la incomodidad de cuidar a otros. Y por eso pudimos ver fácilmente a través de este juego de manos propuesto; sabíamos que los virus existen incluso cuando no los buscamos. Pero esta es exactamente la política que se ha adoptado universalmente bajo una presidencia demócrata: casi todos los métodos que desarrollamos para medir el verdadero alcance de la pandemia en 2020 se han eliminado, no porque la amenaza haya desaparecido sino más bien para desaparecer la amenaza. Sólo queda una métrica confiable, los datos sobre aguas residuales, y revela la verdad: todavía estamos en una pandemia biológica, que mata e incapacita a millones.
Para ocultar este hecho, nuestras instituciones públicas han presentado el fin social manufacturado de la pandemia como si fuera un fin biológico. Cuando dicen “Covid ha terminado,” combinan las dos líneas de tiempo y confían en que un público mal informado no sepa nada mejor. Después de todo, ¿cómo podríamos saberlo? Todos los paneles útiles que informan las tasas de positividad de las pruebas en nuestras ciudades, en nuestros campus, en nuestro país, ya no existen. Las pruebas ya no son gratuitas. Los hospitales ya no están obligados a informar los casos de Covid al estado. Hemos hecho un trabajo tremendo para borrar todos los signos de una pandemia; solo quedan las enfermedades, las muertes y la discapacidad persistentes, y el público está trabajando arduamente para borrarlas también.
Lo que oculta este juego de manos es el hecho de que el fin social de la pandemia fue fabricado para reiniciar el motor del capital lo más rápido posible para sofocar una sociedad recién radicalizada. Al menos en Estados Unidos, la pandemia temprana marcó el comienzo de la red de seguridad social más sólida que muchos de nosotros habíamos visto en nuestras vidas: todos recibimos un ingreso básico universal; los beneficios por desempleo se duplicaron; la pobreza infantil se redujo a la mitad; los cambios en la industria y los viajes por los que los activistas climáticos han estado luchando durante décadas se implementaron en un abrir y cerrar de ojos. La mentira de que la burocracia es lenta y las manos del gobierno están atadas quedó al descubierto. Vimos, por primera vez, lo que el Estado realmente podía hacer por nosotros cuando priorizaba a las personas sobre las ganancias.
Esta población radicalizada surgió a raíz del asesinato de George Floyd, lo que dio lugar a uno de los movimientos de masas más grandes que hayamos visto en nuestras vidas. El entrelazamiento del capitalismo racial se hizo visible, ya que las personas atrapadas en sus casas comenzaron a conectar los puntos entre nuestra economía insaciable y la pulsión de muerte de la blancura. Nuestro país estaba podrido hasta el fondo y finalmente salimos a la calle para unirnos a otros y hacer algo al respecto.
No cabe duda que esto marcó el punto más alto de nuestra red de seguridad social. El capitalismo puede soportar las protestas; también lo puede hacer la supremacía blanca y cualquier otra forma de dominación. Pero el momento en que esas protestas y movimientos sociales empiezan a conectar los puntos, a luchar contra toda la estructura entrelazada, se enfrentan a una represión rápida y violenta por parte del Estado. Esto también es exactamente lo que vimos. Terminaron el tiempo de cuarentena y los beneficios por desempleo; obligaron a los trabajadores que regresaran a trabajar en persona; y todos los beneficios que sacaron a nuestra población de la miseria por primera vez fueron recuperados. Permitieron que los niños volvieran a pasar hambre para que los padres sean obligados a volver a trabajar; ocupados todo el día en el trabajo ya no tenían tiempo para protestar. Hemos vuelto a la normalidad en más de un sentido.
Dado el ritmo aplastante del capitalismo “después” de Covid, es aún más importante que tengamos las herramientas teóricas para ver mas allá de las historias que nuestros líderes están contando sobre el presente (y sobre el pasado). Esta noción de dos líneas temporales simultáneas—la biológica y la social—nos permite desmantelar la confusión e insistir en una explicación verídica de dónde estamos con respecto al Covid. Nos permite cuestionar la ideología que mantiene el capitalismo a flote, una ideología que no puede explicar adecuadamente el verdadero valor de una vida humana porque todo lo que ve en la vida humana es trabajo esperando ser extraído. Como alguien que ha dedicado una gran parte de su vida a la teoría, y al papel esencial de la teoría en praxis, tengo que insistir en que esta distinción no es una mera distinción ociosa. No podemos ver lo que no podemos concebir; al insistir en decir el nombre del Covid y nombrar lo que vemos en el mundo, hacemos nuestra parte en el cuidado de una realidad sitiada.
Traducida por Melissa Trujillo.